martes, 10 de marzo de 2009

Carta de mi amigo Beto Bejar a su hija Regina.

Comparto con ustedes esta carta , misma que compartió Beto con sus amigos.

Para meditar al respecto, eh!?

Saludos.......Enrique




Vergüenza.

Perdóname.
De verdad, la vergüenza me mata.

Siento que las manos se me ponen frías y la cara me arde al verte a los ojos y saber que puedo estar fallándote tan hondo. A veces me da mucha rabia. A veces me da mucho miedo. Otras, preocupado, detecto que voy endureciéndome y un fuerte caparazón empieza a cubrir mi corazón, mi capacidad de asombro, la puntería de mis conclusiones y las valientes reacciones que deberían venir detrás.

Pero sobre todo me da vergüenza; una inmensa vergüenza contigo. Pienso en el hogar que yo recibí y no puedo creer que todo pudiera estarse cayendo a pedazos mientras yo no pretendo hacer nada para evitártelo.

¿Qué podré decirte? ¿Qué explicación intentaré darte cuando, mañana, me preguntes qué fue lo que hice para evitar que tu hogar estuviera apuntalado por violencia, por escasez, por injusticia, por terror? ¿Cómo justificaré darte una casa en ruinas? ¿Cómo? Me preguntarás qué hacía yo mientras todo sucedía. Me reclamarás porque no metí las manos por defender mi lugar y el tuyo. Y tendrás razón.

Yo recibí algo muy diferente. Tienes que saberlo. Era un lugar maravilloso ¿puedes creerlo?. Uno podía jurar que vivía en el mejor rincón del mundo. Yo corría por las calles, a veces hasta muy tarde, y no había quien pudiera hacerme daño ni de quien temiera verdaderamente. En ocasiones me regañaban a gritos cuando chapoteaba en calles que, eso sí, desde entonces se inundaban y casi siempre quien lo hacía, ponía su cariño por delante aunque no me conociera. Mis mañanas olían a azares de naranja y las estrellas llegaban con “huele de noche” que desde San Marcos impregnaron mi infancia. Me escondía entre árboles y me mojaba en fuentes que siempre estaban encendidas. El zaguán de mi casa siempre estaba abierto y mis tías salían acompañadas de un alba dorada a pedirle a la Virgen del Carmen que siguiera cuidando a la gente buena que vivíamos aquí.

Todavía pudieron llevarme a ver llegar el tren y recuerdo que lo hacía entre un ruido muy fuerte y yo me tapaba las orejas con las manos, mientras mis ojos se hacían grandes, muy grandes, de ver a esa enorme y negra ballena de metal que se abría paso entre tanta gente que la saludaba con la mano, como quien lo hace con un viejo amigo. La estación olía a fierro, a pasado y a orgullo. Me compraban un algodón de dulce y una enorme nube negra de pájaros llegaban a posarse al jardín contiguo donde me sentaba en bancas hechas con pedacitos de muchos colores.

Con mis amigos nos aventurábamos al centro y andábamos por sus calles masticando chicle y comprando calcomanías con las que llenábamos álbumes que nos vendían frente a catedral. Y nadie tenía que acompañarnos. Y tampoco teníamos que cuidarnos porque los coches se nos vinieran encima. Cualquiera nos daba el paso, el cura nos saludaba, el gendarme nos asustaba con su silbato y una viejecilla en cualquier esquina nos vendía pepitas, para que la lengua se nos escaldara y nos quedara del tamaño de un becerro.

Tomábamos agua de las llaves del parque y salía caliente, transparente y suficiente para lavar la rodilla de cualquiera que la hubiera marcado a raspones con una balaustrada de cantera. Para regresar nos llamaban a gritos, que siempre oíamos, no importa arriba de cuál árbol anduviéramos o detrás de qué macetón quisiéramos escondernos.

Los domingos comprábamos nieve en la Purísima y por la Alameda llevábamos a mi tía Leta a que se acordara de cuando había todavía más árboles, y más plantas, y más conejos y más ilusiones. Desde cualquier lado uno oía las campanas de Guadalupe, y de San Diego, y de La Merced, y nuestro corazón se entristecía un poco cada que anunciaban la misa de ocho y volveríamos a casa a merendar leche y pan, siempre y cuando hubiéramos ido a comprarlo para llevarlo a casa en una bolsa café de papel.

Mi abuela nos contaba de los espantos que desde el más allá se aparecían por las calles del panteón y de la vez que intentaron robarse a su hermana los dorados de Villa que amarraban sus caballos en la Casa de la Cultura. En aquel entonces las cosas malas no eran de este mundo ni vivían aquí. Mi abuela nos contaba de bugambilias en el pelo, de tranvías, de vueltas por San Marcos y de novios que hacían nacer versos desde sus bancas calientes por el sol y ardientes por la noche. Era un estupendo lugar, a mi Abuela le encantaba y taladró en mi corazón el encanto de su cielo, de su tierra de huertas y de su sabor a guayaba.

A mi me maravillaba su hermosa paz, la amabilidad de su gente, la facilidad con la que uno conocía al de al tienda y a quien te llevaba la verdura en un carretón hasta tu puerta. Por el portal anunciaba a gritos su llegada el que vendía tierra para las macetas, o afilaba cuchillos, o con un silbato, una bicicleta y una gorra gris, te llevaba noticias en un sobre.

Porque antes nos escribíamos sobre papel. Porque antes caminábamos por las calles y jugábamos en los jardines. Porque cuando yo era niño el robachicos era una amenaza que nunca vimos y no teníamos que voltear hacia todos lados por si alguien nos seguía. Mirábamos de frente y no solíamos temblar ni siquiera en invierno.

¿Te acuerdas que el otro día caminamos por San Marcos y le dimos a una ardilla de comer? ¿te acuerdas cuánto tardamos en encontrarla y cómo me entusiasmé al contarte sobre los “perros de aguas”, que eran unos pájaros muy grandes, como garzas, que gritaban como gente y volaban más alto que ninguno? Y te contaba sobre los árboles desde abajo de los cuales no se podía ver el cielo y cómo cuando llegaba la feria comprábamos confeti y bromas en “los puestos” y veíamos pasar a mucha gente sentados en la banqueta y nos regalaban raspados de tamarindo.

Pero ese día ya no había tantos árboles, ni encontramos una ardilla fácilmente, ni en la feria pudiste ir sola a comprar confeti y ya nadie te regala nada en la calle, a menos que quiera lastimarte.

Ya no puedes andar sola por la calle, ni correr por la plaza, ni andar por las calles cuando obscurece. Ya no hay puertas abiertas, ni macetas, ni atardeceres de oro y azares que puedas ver desde una balaustrada que guarde tus secretos. Ya no hay versos en las bancas ni trenes que te cimbren el corazón.

En un lugar así no solía vivir yo. Te lo juro. Todo esto no era así. No teníamos tanto miedo, ni estábamos tan tristes, ni corríamos tanto.

Perdóname. Me da mucha vergüenza. No se suponía que yo te entregara un lugar así. No fue el que me tocó recibir con tanta esperanza, con tanta alegría, con tanto orgullo de quienes vinieron antes de mí.

No sé que tanto pueda hacer. Seguramente no será mucho. Pero te juro que no me rendiré en el intento. Alzaré mi voz. Contagiaré mi buen ánimo y haré que recuerden el legado de quienes formaron un Aguascalientes diferente y que así, como es ahora, no era para ti.

Me verás batallar y me oirás resoplar del esfuerzo. Pero no me escucharás maldecir este lugar, que es mi hogar y que es el tuyo. No dejaré que te lo arrebaten porque es para ti, tal y como yo lo recibí.

Si corro con suerte y no decaigo, te entregaré el maravilloso paisaje que me acompañó por tanto tiempo, con zaguanes abiertos, y ardillas, y macetas, y gendarmes amables y campanas, y árboles y agua tibia y azares, y confeti y raspados de tamarindo y guayabas, para que tú, algún día, se lo entregues a unas manos pequeñitas que se tiendan frente a ti.

Y le contarás de tardes de ensueño y cantera, de amaneceres colorados y llenos de esperanza, de gente buena y cielo claro. Y de tu viejo, que hizo hasta lo imposible por mantener así tu hogar, el mismo que le pedirás que cuide mucho, para que exista por siempre.


Heriberto Béjar.

1 comentario:

Mel Buendia dijo...

Encantada de leerlo de vuelta. Esta carta es muy hermosa y obviamente surge de un amor muy profundo. Mismo amor q será el motor para cambiar las cosas q necesiten modificación, para q nuestros hijos estén rodeados de una tranquilidad q todavía existe, pero que debemos recuperar entre todos.....
Besos,
Gato

ps.. gracias x el link